El día de hoy en las montañas ha sido
psicológicamente devastador. No os voy a engañar. Os miento mucho. No estoy de
vacaciones y no todo son risas e historias bonitas. Las montañas tienen algo
bueno, que es sentir Tanzania en estado puro, pero también tiene una parte
mala, que es el peso de sentirla y la impotencia de no poder cambiarla. No darle
una camiseta sin rotos al niño valiente que te persigue y te señala como si
fueras lo más raro que haya visto pasar por su casa (que seguramente lo fuera),
o unos zapatos a la niña que descalza se aparta del camino, bajando la cabeza y
diciendo “shikamoo” (shikamoo es el saludo respetuoso que se le da a las
personas mayores que tú y que tiene un significado simbólico: te toco los pies)
o, como hoy me ha pasado: cruzarme con una anciana, tendida en la tierra
buscando la escasa sombra de los arbustos, respirando fuerte muy fuerte, con la
boca abierta e incorporarse del interés por saber qué le trae a una mzungu por
su montaña.
Esta mujer al vernos preguntó en
suajili quién éramos y, tras dar una breve explicación de lo que hacíamos por
allí, miró al cielo con las palmas de las manos juntas y empezó a dar gracias.
Gracias porque traeríamos el agua. Me miraba y miraba al cielo de nuevo, ahora
con las palmas de las manos hacia arriba. Creo que fue la comunidad de la
montaña donde más miseria vi. Afortunadamente estaba dentro del plan de
ampliación del sistema Dindimo y en un futuro se mejoraría el acceso al agua en
esta zona.
Es muy difícil acabar con cosas que están tatuadas. Me hacen gracia esas personas que se creen de verdad los famosos Objetivos de Desarrollo Sostenible y que tan felices dicen que para el 2030 el hambre habrá desaparecido.
Sinceramente yo no me lo creo... pero "Nadie comete peor error que aquél que no hace nada porque sólo podría hacer un poco" E. Burke
No hay comentarios:
Publicar un comentario