viernes, 18 de septiembre de 2015

03.09. Mar

¡Nos vamos a la playa! ¡Nos vamos a Pangani! Tanto tiempo esperando este día y ha llegado por fin. ¡Vacaciones!


Fuente: Google Maps
Macuto en mano con lo imprescindible (bikini, protector, toalla y poco más) vamos a la parada de buses en Same. Lo ideal para viajar en bus es buscar un amiguito que nos venda el billete y nos lleve a la marquesina correcta porque si no es un caos y en nuestro caso tuvimos suerte. Bueno, si suerte se le puede llamar a que donde caben 5 personas se metan 7… Vale. El caso es que dejamos Same en la dirección correcta, hacia Muheza, nuestra primera parada. 


4 horas después, justo cuando pensábamos que la circulación de las piernas se cortaría, llegamos. Nos tocó salir como pudimos del enlatado y creo que no llegaron a 30 segundos los que tardamos en encontrar, o mejor dicho en que nos encontraran, otro medio de transporte para llegar a Pangani, nuestra segunda parada del día. Ya lo dije. Las estaciones de autobuses son mercados. También mercados de turistas.

Una vez relajadas y con espacio vital por fin nos dimos cuenta del cambio que había pegado el paisaje. Las montañas ya no eran color pardo y la vegetación ya no tenía el aspecto seco. Todo era verde. Papayos, cocoteros, todo verde. Verde del que te transmite tranquilidad. La que no habíamos tenido durante el viaje en “bus” pero como nos dijo Nondo: hasta que no pruebas algo no sabes de ello.

Creo que lo de intercambiar teléfonos con todo el mundo es algo normal en Tanzania, pero lo de preguntar directamente por nuestra situación sentimental, no, y nuestro copiloto no se cortó un pelo en tirar la ficha. Fue gracioso y el caso es que a pesar de los baches del camino, y de la insistencia de nuestro nuevo amigo en pintarnos una maravillosa vida a su lado, se nos hizo corto el viaje.


El siguiente paso hacia nuestro destino era cruzar el río Pangani. Para ello tuvimos que utilizar un ferry, que por cierto, nos quedamos de piedra con su precio: 200 shillings, que son menos de 10 céntimos.   


Y, bueno, para los restantes 16 kilómetros hasta Ushongo beach, utilizamos otro medio de transporte del que poca información puede darse. El caso es que, después de unas 6 horitas y un montón de aventuras llegamos a nuestro destino, al Beach Crab de Ushongo beach. Un resort de alemanes con precio de alojamiento asequible a nuestro bolsillo, pero con precios de cena denunciables. 


Os cuento nuestra situación: llevábamos todo el día sin comer, tampoco habíamos bebido nada y baño, vale, sí, tuvimos suerte y en la espera del ferry había unos servicios. Que si no, tampoco. De noche casi. En medio de la nada, concretamente a 25 minutos andando por la izquierda y 45 por la derecha alejados de población. ¿Qué hacíamos? Pues aceptar la estafa, gastarnos 25 PRECIADOS DÓLARES, compartir plato y cenar en el Beach Crab. Por ese precio ya podrían ponernos una vaca, porque que sepáis que con 25 dólares que son 50.000 shillings tenemos para comer 25 platos de pilau en Same o 33 platos de wali en Maore. ¿Qué os parece?  Lo peor de todo es que nos quedamos con hambre y por primera vez en 28 días tuve sentimientos negativos fuertes hacia aquellos alemanes, poderosos, que se dejaban comida en el plato.

En ese momento de decadencia para nosotras, en el que hicimos cuentas del dinero que llevábamos encima y de la estafa que acabábamos de aceptar hicimos la promesa de que en los próximos tres desayunos incluidos en el precio del alojamiento apuraríamos hasta la última miga si no queríamos empezar a vender pertenencias. Además que 25 minutos andando hasta Ushongo Village no sería para tanto con luz. 



Y esa fue la parte negativa de nuestras primeras horas en la playa. Parte que compensó el placer de mojar los piececillos en el mágico y cambiante Índico.


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