martes, 22 de septiembre de 2015

09.09. Un día normal que sabe a último

Quería que hoy fuera un día normal, nada de últimas veces, nada de cenas especiales… Pero no fue posible. Puedes intentar huir de la realidad pero ella es más rápida y seguro que te pilla, y no pude evitar que todo lo que hacía me supiera a último. Mi último día en la oficina, mi última comida, mi última visita a la cancha de baloncesto, mi última bajada a Same town…  Todo me sabía a último y cuando conseguía olvidarlo siempre pasaba algo que volvía a recordármelo.

El día en la oficina fue ya de por sí distinto. Ana y yo bajamos a Same town en medio de la jornada, cosa que no habíamos hecho nunca. De la oficina no se salía hasta la hora de comer. Fuimos a la oficina de correos y, como llevábamos un montón de días detrás de tomarnos un chai ya maziwa (té con leche) aprovechamos el momento. 


Por la tarde fuimos a la cancha de baloncesto. Hacía muchos muchos días que no iba pero tenía que despedirme de los chicos.

Y después, siendo fiel a la tradición de despedir a todos los voluntarios, quedamos con gente de la oficina.


Como ya dije el día que fuimos al send-off (aquella pedida de mano de la hija de los Mrutu, nuestros vecinos) los tanzanos tienen establecidos unos protocolos y les gusta mucho dedicarse palabras los unos a los otros. Por ejemplo, después de cada entrenamiento de baloncesto vimos que se reúnen y se dicen las cosas que han hecho bien y mal colectiva e individualmente; en el send-off todos echaron un pequeño discurso agradeciendo; y en el caso de mi despedida, pasó lo mismo.


Donko nombró a Ana muñequiti del comité y fue cediendo la palabra uno a uno de los que estábamos reunidos: Eduardo, Niwaeli, Donko, Alfonso, Beda, Hamnes, Hadija, Miguel y yo. Fue un momento muy emotivo y muy chulo. Estas cosas deberían hacerse también en España. Más palabra.       


Me dio mucha pena tener que hacer pública mi despedida. Me tenía que ir pero no quería. Se me habían hecho tan corta la estancia… Y cuando llegamos a casa y me vi las caras con la maleta, cuando me quedé con el silencio de la noche, cogí el ordenador, como ahora mismo, y me puse a escribir dentro de mi mosquitera.



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