miércoles, 23 de septiembre de 2015

Presente y pausa

El capitán conecta el altavoz y empieza a hablarnos. Nos queda media hora para aterrizar y desde la ventanilla ya hemos cruzado la costa levantina. Vuelvo a ver el mosaico de colores separados por finos caminos, que es la península a vista de pájaro.

Aterriza el avión y para salir es necesario enseñar el pasaporte. Será la última vez en un tiempo. Primera huella española de retorno.

La vuelta al super-desarrollo ha sido dura, más dura de lo que me imaginaba. Pensaba que sería al revés que a lo bueno te acostumbras pronto y a lo malo tardas más, pero he pasado una semana siendo una zombi. Pensando que vivía en un palacio, ¡una ducha en la que no se acaba el agua caliente! Viendo que a las 7 de la tarde todavía es de día y antes de anochecer el alumbrado de las calles ya está funcionando. La primera vez que fui a Mercadona me costó asimilar ver tanta comida junta y ver a la gente llenando los carros como si no hubiera mañana. Me levantaba por las mañanas y desayunaba lo mismo que desayunaba en Same pero ni el pan es el mismo, ni el aguacate con tomate sabe igual. Me molestaba el exceso de ruido y de tensión y necesitaba desconectar y cuando desconectaba, cuando salía a la calle, ya no me atrevía a ir mirando los ojos de la gente buscando un saludo. Estuve un par de días buscando música tanzana en Youtube y Spotify, de hecho me hice una playlist y todavía me la pongo para escribir.

Pero bueno, no más dramas. Estoy en casa, estoy con mi familia y con mis amigos y tengo cosas pendientes. Y aunque mi trabajo como cooperante en terreno ha terminado, se puede seguir ayudando desde aquí. No quiero engañaros y tampoco quiero que os engañen. La lucha por un mundo justo, por la igualdad de Derechos Humanos no se hace viajando a Tanzania o a otro de los muchos países que necesitan ayuda. Me he traído yo más de allí que he podido dejar.

Todos podemos contribuir en crear un mundo mejor desde casa, desde la calle, desde el supermercado, desde la tienda de informática, desde la Universidad, desde tu ONG...
Como dice Sabina "que el quiero gane la guerra del puedo"

Amigos, ha llegado el momento de pausar el blog. Ojalá estas huellas sean las primeras de muchas otras: tanzanas, españolas, de cualquier sitio. Y si de verdad la aventura continúa en un futuro, estaré encantada de seguir compartiendo con vosotros realidades.


Asante sana. Tutaonana!
Muchas gracias. ¡Nos vemos!


10.09. Despedidas

Desde el salón observo la que ha sido mi habitación durante estos 38 días vacía, tal y como estaba cuando llegué, dispuesta a ser ocupada por Leticia: una nueva voluntaria que llega hoy a Same para 3 meses. Unos vienen, otros van...

Son las 10 de la mañana y ya he cerrado maletas. He dejado un par de recados que me habría gustado hacer pero ya no tengo tiempo.
Me apetecía despedirme de Same town, de cruzar el ferrocarril, de los campos de maíz cosechados, de los piki-pikis que al verte se acercan a preguntarte si los necesitas, de todas las calles que hemos transitado casi a diario, de saludar a la gente por el hecho de compartir camino, de todo eso.


Probé algo nuevo. Bajarme por el camino de los coches en vez de por el atajo de siempre y con esa decisión empezó lo extraordinario, lo distinto. Cruzaba las traviesas, decidida a hacer la foto al cartel de Same cuando Steven, un muchacho de camisa divertida (viñetas de un cómic sobre fondo fucsia) me paró y, tras saludarnos de todas las maneras posibles, empezamos a hablar y a preguntarnos cosas. Nos pasamos los contactos, aún sabiendo que dentro de unas horas mi tarjeta tanzana se desactivaría y seguimos nuestros caminos.


Iba apartándome hacia la cuneta cada vez que se escuchaba el sonido de una moto cuando, de repente, empezaron a pitar por detrás. Tenía curiosidad porque lo de pitar es muy español. Así que me paré, me di la vuelta y mi sorpresa fue ver de nuevo la camisa fucsia. El piki-piki se paró a mi lado y mi amigo Steven se bajó para devolverme el bolígrafo que le había prestado para apuntar mi contacto y que se había quedado sin darnos cuenta ninguno de los dos. Fijaos… Un simple boli bic. ¿A que alguna vez te has encontrado un boli que no es tuyo y no te has preocupado de devolvérselo a su dueño? Yo sí y, de verdad, este momento me lo guardo como símbolo de la bondad y la inocencia de esta gente. Seguramente la gasolina del piki-piki valdría más que el boli y aun así vino a devolvérmelo.

Crucé la Main Road y dejé que mis pies me guiasen. Nunca había llegado a Same town sin un sitio específico donde ir. Hoy sólo quería pasear y eso hice. 


Me paré en Mama Helena, una tiendecita de telas. A mama Helena ya la conocía, no era la primera vez que pasaba a su tienda así que al verme se acercó, nos saludamos pero después siguió hablándome en suajili y algo que no sabría cómo explicar sucedió. En otras ocasiones Ana y Miguel, que están aprendiendo suajili en serio se encargaban de las conversaciones posteriores a los saludos y yo me limitaba a escuchar. Por así decirlo, nunca había tenido una conversación de tú a tú en suajili que durara más de dos frases pero en esta ocasión estuve hablando con mama Helena más de un cuarto de hora. Le dije que era mi último día en Tanzania, que me habría gustado quedarme más tiempo y, de repente, al decir eso la mama pasó dentro de la tienda, salió con una pulsera, se arrodilló y me la puso en el tobillo. Al incorporarse me dijo “Karibu Tanzania” que es como decir “vuelve a Tanzania” y me quedé de piedra.

Volví a Majengo con un cúmulo de sensaciones y sentimientos muy difíciles de explicar. Había sido tan mágica mi caminata, era como si el destino hubiera preparado una despedida de Same.  


Y a las 13:30 Nondo vino a recogerme. Había llegado la hora de partir. Me despedí de Alfonso, de Ana, de Miguel y de Leticia que acababa de llegar. Me despedí de la casa de ONGAWA. Me despedí de Same y partimos hacia el aeropuerto de Kilimanjaro por el mismo camino que hacía 38 días habíamos llegado.


Cuánto puede cambiar la visión de las cosas en tan poco tiempo – Pensaba  mientras me comía un chapati y miraba las montañas.

Echaré de menos las montañas – Le dije a Nondo y me miró con cara de pena.    
Yo hago de taxista para todos los voluntarios de Same y es curioso ver la actitud antes y después de pasar su estancia  – Me dijo.

A las 16:30 llegué al aeropuerto y hora y media después despegó mi avión. Por la ventanilla me despedí de Tanzania y de mis huellas en terreno. Ahora tenía una nueva misión: llegar a Barajas. Me encontraba sumida en mis pensamientos cuando la azafata etíope me preguntó qué quería de beber terminando con mi empane y mi compañero de viaje se empezó a reír. Idrissi, un keniata musulmán estudiante de ingeniería petrolífera que volaba para continuar con sus estudios. Si algún día voy a Madrid en busca de petróleo te llamaré. Estefanía asiento 31B – Y riendo cada uno siguió con su camino en el aeropuerto de Addis Abeba, él para Sudán yo para Madrid.

martes, 22 de septiembre de 2015

09.09. Un día normal que sabe a último

Quería que hoy fuera un día normal, nada de últimas veces, nada de cenas especiales… Pero no fue posible. Puedes intentar huir de la realidad pero ella es más rápida y seguro que te pilla, y no pude evitar que todo lo que hacía me supiera a último. Mi último día en la oficina, mi última comida, mi última visita a la cancha de baloncesto, mi última bajada a Same town…  Todo me sabía a último y cuando conseguía olvidarlo siempre pasaba algo que volvía a recordármelo.

El día en la oficina fue ya de por sí distinto. Ana y yo bajamos a Same town en medio de la jornada, cosa que no habíamos hecho nunca. De la oficina no se salía hasta la hora de comer. Fuimos a la oficina de correos y, como llevábamos un montón de días detrás de tomarnos un chai ya maziwa (té con leche) aprovechamos el momento. 


Por la tarde fuimos a la cancha de baloncesto. Hacía muchos muchos días que no iba pero tenía que despedirme de los chicos.

Y después, siendo fiel a la tradición de despedir a todos los voluntarios, quedamos con gente de la oficina.


Como ya dije el día que fuimos al send-off (aquella pedida de mano de la hija de los Mrutu, nuestros vecinos) los tanzanos tienen establecidos unos protocolos y les gusta mucho dedicarse palabras los unos a los otros. Por ejemplo, después de cada entrenamiento de baloncesto vimos que se reúnen y se dicen las cosas que han hecho bien y mal colectiva e individualmente; en el send-off todos echaron un pequeño discurso agradeciendo; y en el caso de mi despedida, pasó lo mismo.


Donko nombró a Ana muñequiti del comité y fue cediendo la palabra uno a uno de los que estábamos reunidos: Eduardo, Niwaeli, Donko, Alfonso, Beda, Hamnes, Hadija, Miguel y yo. Fue un momento muy emotivo y muy chulo. Estas cosas deberían hacerse también en España. Más palabra.       


Me dio mucha pena tener que hacer pública mi despedida. Me tenía que ir pero no quería. Se me habían hecho tan corta la estancia… Y cuando llegamos a casa y me vi las caras con la maleta, cuando me quedé con el silencio de la noche, cogí el ordenador, como ahora mismo, y me puse a escribir dentro de mi mosquitera.



08.09. Majengo pre-primary school

Habrá una cosa que no deje de sorprenderme cada mañana de camino a la oficina.


La escuela de preescolar de Majengo está al final de nuestra calle y todos los días, cuando los niños nos escuchan salir de casa hablando, van corriendo a la valla y hasta que no nos perdemos en la montaña no paran de decirnos "Hola" al unísono.


07.09. Teacher

Hoy es el día. El día de darlo todo. Y es que he tenido que superar una triple prueba: la primera hacer de profesora, que en mi vida me habría imaginado dando una clase; la segunda tener que dar la clase en inglés; y la tercera dar esa clase en Tanzania, como cooperante, a gente local.

Imaginaos. Imaginad el peso de la responsabilidad. Las personas que me conocen y que han compartido conmigo momentos parecidos, momentos previos a presentaciones donde te juegas el curso por ejemplo, seguramente podrán hacerse una idea del estado de pánico…

Bueno bueno, ¿y qué hace una futura ingeniera dando clase en inglés en Tanzania? ¿Está el mundo loco o qué pasa? Sí, el mundo está loco… Lleva loco mucho tiempo y es muy complicado devolverle su cordura porque ¿Cuál sería esa cordura? En fin, dejémonos de filosofar.

Como ya os dije, las herramientas de representación cartográfica en Tanzania son mínimas y una de las últimas tareas dentro de mi estancia era enseñar cómo usar al personal de ONGAWA y al personal del Distrito de Aguas uno de los miles recursos disponibles para crear un GIS.

¿Qué es un GIS? Pues como bien dicen las siglas (Geographycal Information System)… (Iba a copiaros la definición de Wikipedia pero me la ahorro). Con un GIS o SIG puedes crear bases de datos, llamémoslos capas con diferente información. Por ejemplo: una capa para ríos, una capa para carreteras, una capa para las posibles ubicaciones de un tanque del proyecto de un sistema de agua potable, una capa con las tuberías que necesitan reparación.

El curso que he impartido era para enseñarles una de las múltiples aplicaciones, para muchos desconocida, que tiene Google Earth, que es crear un GIS con la ventaja de poder tener de fondo la fotografía aérea de cualquier parte del mundo. Incluso aquellos lugares en los que hay escasez de información georreferenciada como es Tanzania.

He de decir que me lo he pasado genial y que compartir conocimientos con otras personas, ver cómo van aprendiendo lo que tú sabes, ver que te hacen caso, que tienen interés y que incluso abarcan más contenido del que tú tenías preparado, es de las cosas más satisfactorias que había sentido nunca.

Han sido 7 horas intensivas de curso, y todos y cada uno de los momentos con mis 9 alumnos ¡no los cambio por nada! 


lunes, 21 de septiembre de 2015

06.09. Adiós Pangani, hola Same

Hoy me he dado cuenta de una cosa al dejar Pangani y de la que aún no era consciente completamente. Esto se acaba y voy a echarlo mucho de menos cuando vuelva al Norte. Me he puesto a pensar en toda la gente que, probablemente, no vuelva a ver. Toda la gente buena que he conocido durante este tiempo y que ya he tenido que decirles adiós: Nil, Candela, Marga, Julius, Segera… Y me da mucha pena pero el reloj de arena del tiempo no se detiene, y no se puede caminar hacia atrás como hacen los cangrejos. Hay que seguir adelante. Y para nosotras ese “adelante” era volver a Same.

Fuente: www.thebeachcrab.com



domingo, 20 de septiembre de 2015

05.09. Jua

0:00 asubuhi, 6:00 de la mañana. Suena el despertador y nos levantamos sin rechistar con un único propósito: ver el amanecer de Pangani.

La playa desierta nos esperaba y el horizonte retiró sus nubes para compartir con nosotras lo que cada día realizaba en soledad. Algunos cangrejos salían de sus agujeros y al vernos se paralizaban y nos acompañaban. Otros, los menos valientes, corrían a la orilla o se escondían entre las algas creyendo ser inalcanzables. 

El mar empezó a brillar en su límite y el cielo grisáceo fue relevado por otro de tintes áureos y, de repente, apareció. Hipnotizadas, sin poder despegar la vista del cielo, permanecimos hasta que las nubes que nos habían dado tregua decidieron por sí solas quedarse con Jua, el Lorenzo tanzano. 


Y nosotras volvimos a nuestra cabaña a seguir con lo que habíamos dejado a medias hacía 30 minutos : ¡dormir otras dos horitas! Porque no había que forzar la máquina más de lo necesario. Ya tendríamos tiempo de sobra para vernos las caras y las espaldas con Jua. 


Ayer obvié información importante que influirá en el día de hoy. Me recree escribiendo sobre Maziwi, el banco de arena, y no me acordé de Julius, nuestro amigo alemán.


¿Quién es Julius? Aparte de ser la principal distracción para la vista del Beach Crab (no tengo fotos, lo siento chicas), es un chico que dejó su casa hace un año con 1000€ en el bolsillo y se puso a recorrer mundo trabajando como voluntario a cambio de comida y alojamiento y, de momento, no tenía intención de volver. Parece ser que a algunos alemanes se les va la neura y lo de pegarse un año sabático recorriendo mundo con presupuesto reducido es muy popular antes, durante o después de la universidad. La filosofía es la siguiente: trabajar de lo que sea para poder dormir y comer. Pero hay una cosa que no me cuadra… Si sólo tienes 1000€, ¿cómo te desplazas? ¿cómo te pagas el billete de vuelta? No, no, le veo lagunas… El caso es que nuestro amigo Julius dormía, comía, CENABA CENAS DE 25 DÓLARES y bebía por hacer trabajitos de nada.

Y la noche pasada, después de nuestra super cena ushonguera, estábamos tomándonos una soda cuando se sentó con nosotras y estuvimos un rato largo contándonos historias y modos de ver la vida. Tanto, que cerramos el bar pero literalmente. Todos se fueron, hasta los camareros. Y dejamos una lista de cosas para hacer durante el día de hoy.

La primera de ellas, pasar la mañana en la plataforma en modo filete vuelta y vuelta. La plataforma es una tabla de madera, anclada, que está a unos minutillos de la orilla andando o nadando, dependiendo de la marea. Julius esta mañana se encontraba recogiendo la basura que el mar dejaba en la playa y que le quitaba el encanto, pero en cuanto terminó se unió a la operación cangrejo y cuando nos dimos cuenta, con la hipnosis del ruido del mar, era la hora de comer. 


Como ya he recalcado en varias ocasiones, no nos gustan los sitios de Norte en el Sur. No nos gusta que haya gente que aproveche la situación para poner cenas de ricos cuando a 25 minutos hay personas, hay gente local que lucha por cada miga que se lleva a la boca. Por eso andamos 25 minutos con todo el gusto del mundo. Porque es de esta manera, descubriendo las villas, mezclándote con la gente local, cuando consigues de verdad empaparte del lugar y engancharte a él. 


Así que esa era nuestra segunda tarea del día de hoy. Descubrir el corazón de esta curiosa villa pesquera en la que el suelo de las casas es arena. Y lo conseguimos con matrícula de honor. 


Haciendo uso del suajili, un hombre que había estado dando vueltas con su piki-piki (moto) por la playa en busca de mzungus alemanes con ganas de sacar la billetera y comprar souvenirs nos reconoció y, al decirle chakula (comida), dijo que lo siguiéramos. Nos llevó a una casa. Nos invitó a entrar y vimos cómo una mama estaba haciendo chapatis. Nos dijo que si queríamos nos podía hacer para nosotras con judías. Encantadas. Comimos como unas verdaderas reinas. El chapati estaba crujiente y buenísimo. Creo que ha sido la mejor comida que he comido en Tanzania, no sé si por la situación de que una mama compartiera con nosotras su comida y sentirnos como dos tanzanas más o porque a 25 minutos había gente que se estaba perdiendo esto.  


Volvimos encantadas, maravilladas una vez más de la amabilidad y familiaridad de la gente, dispuestas a cumplir el siguiente de nuestros propósitos: comernos un coco. 


Eduardo, que había estado la semana anterior en Pangani nos habló de los buenísimos que estaban y cierto es que en Ushongo Village había montones de cáscaras. Y como buenas e inocentes novatas en materia, con un palo que nos encontramos por la playa empezamos a golpear un árbol para que cayera uno. Después de media hora, y de que el perro de los dueños del Beach Crab que nos había acompañado en nuestra caminata se cansara de vernos hacer el ridículo, lo dejamos por imposible…  


Llegamos al Beach Crab y dio la casualidad de que coincidimos con Segera, nuestro guía de snorkel del día anterior. Lo convencimos para echar un partidillo de volley. Bueno, convencerlo no sé si es la palabra correcta… Era o jugar con nosotras o enseñarnos a bailar el Nana de Diamond Platnumz (os dejo el video). Diamond para los tanzanos es como lo fue para los españoles Manolo Escobar. Todos lo conocen, todos saben bailar. Y es que esos movimientos imposibles de caderas combinados con piernas… ¡Se nos escapan de las manos! Así que sí, Segera prefirió echar un voley al que se unieron los jefes del Beach Crab y Julius. Una liguilla de voley intercultural: alemán-español-tanzano


La arena quemaba y el sol abrasaba. Echamos un partido y otro, y otro, y otro… Y poco a poco la sombra cubría la arena de juego dando un descanso a nuestros pies hasta que, pasadas 3 horas del inicio nos dimos un premio por el esfuerzo: un baño en el Índico, para nosotras el último. ¡Y eso hicimos! Fuimos a la plataforma, vimos el atardecer, nos duchamos, nos miramos al espejo y comprobamos lo que estábamos sospechando. Demasiado sol, Jua se había encargado de colorear nuestra piel, en mi caso negro y en el de Ana rojo…

Concluimos el día con una soda y, con todo el dolor de nuestro alma, volvimos a cerrar macutos para mañana volver a Same.

sábado, 19 de septiembre de 2015

04.09. Corales y mareas

Amanece y la luz traspasa los huecos que dejan las ramas de nuestra cabaña. Pilas cargadas y muchos planes para estos dos días. ¿Relax? ¡Cero!

Que estamos “locas” no es una novedad… Y una muestra más de ello es que, después de quedarnos con hambre con la mísera cena compartida de 25 DÓLARES de la noche anterior, salimos a correr antes de desayunar con la intención de investigar ese poblado a 25 minutos andando por la playa.

Locura no, lo siguiente. Las playas de Pangani tienen fuertes variaciones entre pleamar y bajamar, lo que hace que para correr por la orilla tengas que adentrarte unos 5 metros playa adentro por las mañanas. Otra consecuencia de esto es que el mar deja las algas secarse esperando ser recogidas por el agua al atardecer y se pueden ver comunidades de cangrejos correr entre ellas y cavarse sus propias cuevas con mucha facilidad, cosa que también sufrimos nosotras cuando, en cada zancada, en pendiente además, nuestro pie se adentraba en la arena y hacía más pesado el ejercicio. Pero, sí, conseguimos llegar a Ushongo village: una villa pesquera que, como todas en Tanzania, congregaba gente fuera de las casas cada mañana y que, al vernos, alzaron la mano y nos saludaron amablemente.
Volveríamos a por cena. 


Tras desayunar como campeonas y recuperarnos de la merecida panzada a comer ¡por fin! Fuimos al vestíbulo donde habíamos quedado para partir a Maziwi, un banco de arena perdido entre Pangani y la isla de Pemba que emergía y sumergía cada día, fruto de las mareas. Partimos con un par de parejas y una familia alemana. Las únicas morenas y solas, sin familia y sin “pariente”. Normal que el guía de snorkel, Segera, nos dijera que éramos de lo más raro que se había hospedado en el Beach Crab.



El trayecto en barcaza fue muy bonito. Segera, que iba sonriendo viéndonos, coordinados,  tambalear en el asiento por ser infieles al ritmo del oleaje, de repente alzó el brazo y todos miramos hacia atrás sin saber de qué se trataba: delfines. Delfines saltando.  

A los 30 minutos de dejar la costa de Pangani, en medio de tanto azul marino, empezó a verse una montaña de arena, una pequeña isla desierta sin vegetación, sin vida, sólo arena blanca. Nos bajamos. Éramos lo único en la isla. Bueno, miento: la isla estaba repleta de caracolas, piedras y trozos de coral aún mojados y que, durante la noche, volvían a su hogar, al océano. 





Bajamos de la barcaza y ayudamos a montar un toldo que nos protegiera del sol tropical. ¡Qué imagen tan paradisíaca! Una pérgola hecha con palos y una lona en lo alto del banco de arena, rodeados de agua. Solos.


El snorkel chulísimo. ¿Habéis visto la película de Buscando a Nemo? Pues vimos a todos los protagonistas. Los mismos colores que tiene África en tierra los tiene debajo del agua. ¿Sabéis que las estrellas de mar son duras? Pues sí, lo son.


Segera nos contó que por las noches en esta época del año las tortugas buscan estos bancos de arena para dejar sus huevos y es cierto, porque vimos cáscaras de huevos fosilizados en el paseo que nos dimos después de comer. A partir de las 3 el océano empezó a comerse la isla y poco a poco teníamos menos arena. Una hora después nos vimos obligados a despedirnos del paraíso.


Pero el día no acaba aquí. Teníamos que buscarnos la cena así que después de recuperarnos repetimos el paseo matinal. Se nos hizo de noche antes de llegar a Ushongo village y no fue muy agradable pisar algas a oscuras, sabiendo que la playa estaba dominada por cangrejos y cocos que cayeron pero que nunca fueron recogidos.

Ushongo dormía. Nos adentramos sin saber muy bien qué estábamos buscando. La gente hablaba dentro de sus casas. Todo estaba a oscuras. Encontramos una tiendecita y con fruta, pescado empanado y agua fresca, volvimos al hotel como si lleváramos la mejor cena del mundo.
Resultó que al pescado empanado se les olvidó echar el pescado, era sólo pan frito. Aún así dimos gracias por cada bocado porque éramos unas afortunadas.

viernes, 18 de septiembre de 2015

03.09. Mar

¡Nos vamos a la playa! ¡Nos vamos a Pangani! Tanto tiempo esperando este día y ha llegado por fin. ¡Vacaciones!


Fuente: Google Maps
Macuto en mano con lo imprescindible (bikini, protector, toalla y poco más) vamos a la parada de buses en Same. Lo ideal para viajar en bus es buscar un amiguito que nos venda el billete y nos lleve a la marquesina correcta porque si no es un caos y en nuestro caso tuvimos suerte. Bueno, si suerte se le puede llamar a que donde caben 5 personas se metan 7… Vale. El caso es que dejamos Same en la dirección correcta, hacia Muheza, nuestra primera parada. 


4 horas después, justo cuando pensábamos que la circulación de las piernas se cortaría, llegamos. Nos tocó salir como pudimos del enlatado y creo que no llegaron a 30 segundos los que tardamos en encontrar, o mejor dicho en que nos encontraran, otro medio de transporte para llegar a Pangani, nuestra segunda parada del día. Ya lo dije. Las estaciones de autobuses son mercados. También mercados de turistas.

Una vez relajadas y con espacio vital por fin nos dimos cuenta del cambio que había pegado el paisaje. Las montañas ya no eran color pardo y la vegetación ya no tenía el aspecto seco. Todo era verde. Papayos, cocoteros, todo verde. Verde del que te transmite tranquilidad. La que no habíamos tenido durante el viaje en “bus” pero como nos dijo Nondo: hasta que no pruebas algo no sabes de ello.

Creo que lo de intercambiar teléfonos con todo el mundo es algo normal en Tanzania, pero lo de preguntar directamente por nuestra situación sentimental, no, y nuestro copiloto no se cortó un pelo en tirar la ficha. Fue gracioso y el caso es que a pesar de los baches del camino, y de la insistencia de nuestro nuevo amigo en pintarnos una maravillosa vida a su lado, se nos hizo corto el viaje.


El siguiente paso hacia nuestro destino era cruzar el río Pangani. Para ello tuvimos que utilizar un ferry, que por cierto, nos quedamos de piedra con su precio: 200 shillings, que son menos de 10 céntimos.   


Y, bueno, para los restantes 16 kilómetros hasta Ushongo beach, utilizamos otro medio de transporte del que poca información puede darse. El caso es que, después de unas 6 horitas y un montón de aventuras llegamos a nuestro destino, al Beach Crab de Ushongo beach. Un resort de alemanes con precio de alojamiento asequible a nuestro bolsillo, pero con precios de cena denunciables. 


Os cuento nuestra situación: llevábamos todo el día sin comer, tampoco habíamos bebido nada y baño, vale, sí, tuvimos suerte y en la espera del ferry había unos servicios. Que si no, tampoco. De noche casi. En medio de la nada, concretamente a 25 minutos andando por la izquierda y 45 por la derecha alejados de población. ¿Qué hacíamos? Pues aceptar la estafa, gastarnos 25 PRECIADOS DÓLARES, compartir plato y cenar en el Beach Crab. Por ese precio ya podrían ponernos una vaca, porque que sepáis que con 25 dólares que son 50.000 shillings tenemos para comer 25 platos de pilau en Same o 33 platos de wali en Maore. ¿Qué os parece?  Lo peor de todo es que nos quedamos con hambre y por primera vez en 28 días tuve sentimientos negativos fuertes hacia aquellos alemanes, poderosos, que se dejaban comida en el plato.

En ese momento de decadencia para nosotras, en el que hicimos cuentas del dinero que llevábamos encima y de la estafa que acabábamos de aceptar hicimos la promesa de que en los próximos tres desayunos incluidos en el precio del alojamiento apuraríamos hasta la última miga si no queríamos empezar a vender pertenencias. Además que 25 minutos andando hasta Ushongo Village no sería para tanto con luz. 



Y esa fue la parte negativa de nuestras primeras horas en la playa. Parte que compensó el placer de mojar los piececillos en el mágico y cambiante Índico.


jueves, 17 de septiembre de 2015

02.09. Basket

Hoy ha tenido lugar en Same un evento deportivo super importante. El partido de basket entre Médicos del Mundo y ONGAWA. Una iniciativa que empezó con un simple paseo en el que tuvo lugar para algunos el mayor descubrimiento de todos los tiempos en Same: una cancha de baloncesto.
Esta cancha de baloncesto se ubica dentro del Secondary School de Same y es utilizada por estos adolescentes que pasan sus tardes entre tierra roja y cardos. 

Se puede decir que esta cancha, la única en Same, ha sido la protagonista de un montón de aventuras:
La primera y mayor de ellas fue la búsqueda del balón. Vale, había cancha con sus aros y sus límites pero para Ana, que es una crack del baloncesto, es como el dicho “Que pena tener marido y no tener cena”. Se puso en contacto conmigo antes de que ir para allá para que entre Miguel y yo lleváramos el balón. No fue posible. Otro intento fue con Hamani, nuestro driver de Marangu, que nos llevó a una tienda de deporte en Moshi en la que había pelotas de baloncesto por 40 euros. No fue posible. Pero a la tercera va la vencida gracias a la visita de la madre de Alfonso.

Foto de Marga
Con el balón fue posible proponer en la oficina de ONGAWA un partido de basket contra Médicos del Mundo y, tras elaborar un escrito lanzando la ofensiva firmado por todos entre risas y risas, fuimos a MdM a lanzar el desafío que aceptaron también riendo. ¡Bueno! Pues ahora toca entrenar.

El primer entrenamiento previo al partido marcaría un antes y un después para algunos de nosotros. Llegamos Ana, Miguel, Alfonso y yo muy convencidos de que la pista estaría vacía pero nuestra sorpresa fue que no, que los chicos del secondary estaban entrenando y nos sentamos a observar. Muchos de ellos jugaban en chanclas con un desparpajo indescriptible. Al finalizar su partidillo nos invitaron a jugar. Yo me quedé observando porque como muchos sabéis, los deportes con balón no son lo mío. Ana se hizo un hueco entre ellos. Todavía me acuerdo del primer tanto que se marcó y el sonido de fondo que todos los jugadores hicieron y es que raro es ver a una chica jugar al basket pero más raro es ver a una mzungu con la camiseta de la selección tanzana. Fue super chulo. Y como no podía ser de otra forma, ese fue el primer partidillo de muchos. Poco a poco fuimos conociendo a los chicos de la cancha y ellos a nosotros. Esos ratos hablando con ellos era un auténtico intercambio cultural. Nos preguntábamos sobre nuestros planes de futuro, sobre lo que tenían pensado estudiar. Aprendieron palabras en español y nosotras lecciones de la vida. Lecciones procedentes de chavales de 20 años, como por ejemplo que no volviéramos nunca más a Tanzania, que aprovecháramos las oportunidades que ellos no iban a tener. 


El partido de ONG’s basket he de decir que me lo perdí. Este ha sido mi último día de trabajo de campo. Mi último día de montañas. Mi despedida del muñequiti, de mis amigos del Distrito, de las cañas de azúcar, de los pikipikis de Bombo, de las curvas del camino, de las mariposas que revolotean por toda la reserva de Chome,...

Y sobre el partido todos dicen que fue un éxito. Fue muy divertido porque para muchos era su primer basket entonces no hubo reglas estrictas: botar el balón de vez en cuando, los límites de pista y poco más. Una iniciativa muy chula que fomenta la relación entre dos ONG’s de Same. Y aunque no pueda verlos espero que sea el primero de muchos encuentros porque el deporte une. El ejemplo está en nuestros amigos del secondary.  

Foto de Marga