Habrá una cosa que no deje
de sorprenderme cada mañana de camino a la oficina.
La escuela de preescolar de Majengo está al final de nuestra calle y todos los días, cuando los niños nos escuchan salir de casa hablando, van corriendo a la valla y hasta que no nos perdemos en la montaña no paran de decirnos "Hola" al unísono.
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