domingo, 20 de septiembre de 2015

05.09. Jua

0:00 asubuhi, 6:00 de la mañana. Suena el despertador y nos levantamos sin rechistar con un único propósito: ver el amanecer de Pangani.

La playa desierta nos esperaba y el horizonte retiró sus nubes para compartir con nosotras lo que cada día realizaba en soledad. Algunos cangrejos salían de sus agujeros y al vernos se paralizaban y nos acompañaban. Otros, los menos valientes, corrían a la orilla o se escondían entre las algas creyendo ser inalcanzables. 

El mar empezó a brillar en su límite y el cielo grisáceo fue relevado por otro de tintes áureos y, de repente, apareció. Hipnotizadas, sin poder despegar la vista del cielo, permanecimos hasta que las nubes que nos habían dado tregua decidieron por sí solas quedarse con Jua, el Lorenzo tanzano. 


Y nosotras volvimos a nuestra cabaña a seguir con lo que habíamos dejado a medias hacía 30 minutos : ¡dormir otras dos horitas! Porque no había que forzar la máquina más de lo necesario. Ya tendríamos tiempo de sobra para vernos las caras y las espaldas con Jua. 


Ayer obvié información importante que influirá en el día de hoy. Me recree escribiendo sobre Maziwi, el banco de arena, y no me acordé de Julius, nuestro amigo alemán.


¿Quién es Julius? Aparte de ser la principal distracción para la vista del Beach Crab (no tengo fotos, lo siento chicas), es un chico que dejó su casa hace un año con 1000€ en el bolsillo y se puso a recorrer mundo trabajando como voluntario a cambio de comida y alojamiento y, de momento, no tenía intención de volver. Parece ser que a algunos alemanes se les va la neura y lo de pegarse un año sabático recorriendo mundo con presupuesto reducido es muy popular antes, durante o después de la universidad. La filosofía es la siguiente: trabajar de lo que sea para poder dormir y comer. Pero hay una cosa que no me cuadra… Si sólo tienes 1000€, ¿cómo te desplazas? ¿cómo te pagas el billete de vuelta? No, no, le veo lagunas… El caso es que nuestro amigo Julius dormía, comía, CENABA CENAS DE 25 DÓLARES y bebía por hacer trabajitos de nada.

Y la noche pasada, después de nuestra super cena ushonguera, estábamos tomándonos una soda cuando se sentó con nosotras y estuvimos un rato largo contándonos historias y modos de ver la vida. Tanto, que cerramos el bar pero literalmente. Todos se fueron, hasta los camareros. Y dejamos una lista de cosas para hacer durante el día de hoy.

La primera de ellas, pasar la mañana en la plataforma en modo filete vuelta y vuelta. La plataforma es una tabla de madera, anclada, que está a unos minutillos de la orilla andando o nadando, dependiendo de la marea. Julius esta mañana se encontraba recogiendo la basura que el mar dejaba en la playa y que le quitaba el encanto, pero en cuanto terminó se unió a la operación cangrejo y cuando nos dimos cuenta, con la hipnosis del ruido del mar, era la hora de comer. 


Como ya he recalcado en varias ocasiones, no nos gustan los sitios de Norte en el Sur. No nos gusta que haya gente que aproveche la situación para poner cenas de ricos cuando a 25 minutos hay personas, hay gente local que lucha por cada miga que se lleva a la boca. Por eso andamos 25 minutos con todo el gusto del mundo. Porque es de esta manera, descubriendo las villas, mezclándote con la gente local, cuando consigues de verdad empaparte del lugar y engancharte a él. 


Así que esa era nuestra segunda tarea del día de hoy. Descubrir el corazón de esta curiosa villa pesquera en la que el suelo de las casas es arena. Y lo conseguimos con matrícula de honor. 


Haciendo uso del suajili, un hombre que había estado dando vueltas con su piki-piki (moto) por la playa en busca de mzungus alemanes con ganas de sacar la billetera y comprar souvenirs nos reconoció y, al decirle chakula (comida), dijo que lo siguiéramos. Nos llevó a una casa. Nos invitó a entrar y vimos cómo una mama estaba haciendo chapatis. Nos dijo que si queríamos nos podía hacer para nosotras con judías. Encantadas. Comimos como unas verdaderas reinas. El chapati estaba crujiente y buenísimo. Creo que ha sido la mejor comida que he comido en Tanzania, no sé si por la situación de que una mama compartiera con nosotras su comida y sentirnos como dos tanzanas más o porque a 25 minutos había gente que se estaba perdiendo esto.  


Volvimos encantadas, maravilladas una vez más de la amabilidad y familiaridad de la gente, dispuestas a cumplir el siguiente de nuestros propósitos: comernos un coco. 


Eduardo, que había estado la semana anterior en Pangani nos habló de los buenísimos que estaban y cierto es que en Ushongo Village había montones de cáscaras. Y como buenas e inocentes novatas en materia, con un palo que nos encontramos por la playa empezamos a golpear un árbol para que cayera uno. Después de media hora, y de que el perro de los dueños del Beach Crab que nos había acompañado en nuestra caminata se cansara de vernos hacer el ridículo, lo dejamos por imposible…  


Llegamos al Beach Crab y dio la casualidad de que coincidimos con Segera, nuestro guía de snorkel del día anterior. Lo convencimos para echar un partidillo de volley. Bueno, convencerlo no sé si es la palabra correcta… Era o jugar con nosotras o enseñarnos a bailar el Nana de Diamond Platnumz (os dejo el video). Diamond para los tanzanos es como lo fue para los españoles Manolo Escobar. Todos lo conocen, todos saben bailar. Y es que esos movimientos imposibles de caderas combinados con piernas… ¡Se nos escapan de las manos! Así que sí, Segera prefirió echar un voley al que se unieron los jefes del Beach Crab y Julius. Una liguilla de voley intercultural: alemán-español-tanzano


La arena quemaba y el sol abrasaba. Echamos un partido y otro, y otro, y otro… Y poco a poco la sombra cubría la arena de juego dando un descanso a nuestros pies hasta que, pasadas 3 horas del inicio nos dimos un premio por el esfuerzo: un baño en el Índico, para nosotras el último. ¡Y eso hicimos! Fuimos a la plataforma, vimos el atardecer, nos duchamos, nos miramos al espejo y comprobamos lo que estábamos sospechando. Demasiado sol, Jua se había encargado de colorear nuestra piel, en mi caso negro y en el de Ana rojo…

Concluimos el día con una soda y, con todo el dolor de nuestro alma, volvimos a cerrar macutos para mañana volver a Same.

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