miércoles, 23 de septiembre de 2015

10.09. Despedidas

Desde el salón observo la que ha sido mi habitación durante estos 38 días vacía, tal y como estaba cuando llegué, dispuesta a ser ocupada por Leticia: una nueva voluntaria que llega hoy a Same para 3 meses. Unos vienen, otros van...

Son las 10 de la mañana y ya he cerrado maletas. He dejado un par de recados que me habría gustado hacer pero ya no tengo tiempo.
Me apetecía despedirme de Same town, de cruzar el ferrocarril, de los campos de maíz cosechados, de los piki-pikis que al verte se acercan a preguntarte si los necesitas, de todas las calles que hemos transitado casi a diario, de saludar a la gente por el hecho de compartir camino, de todo eso.


Probé algo nuevo. Bajarme por el camino de los coches en vez de por el atajo de siempre y con esa decisión empezó lo extraordinario, lo distinto. Cruzaba las traviesas, decidida a hacer la foto al cartel de Same cuando Steven, un muchacho de camisa divertida (viñetas de un cómic sobre fondo fucsia) me paró y, tras saludarnos de todas las maneras posibles, empezamos a hablar y a preguntarnos cosas. Nos pasamos los contactos, aún sabiendo que dentro de unas horas mi tarjeta tanzana se desactivaría y seguimos nuestros caminos.


Iba apartándome hacia la cuneta cada vez que se escuchaba el sonido de una moto cuando, de repente, empezaron a pitar por detrás. Tenía curiosidad porque lo de pitar es muy español. Así que me paré, me di la vuelta y mi sorpresa fue ver de nuevo la camisa fucsia. El piki-piki se paró a mi lado y mi amigo Steven se bajó para devolverme el bolígrafo que le había prestado para apuntar mi contacto y que se había quedado sin darnos cuenta ninguno de los dos. Fijaos… Un simple boli bic. ¿A que alguna vez te has encontrado un boli que no es tuyo y no te has preocupado de devolvérselo a su dueño? Yo sí y, de verdad, este momento me lo guardo como símbolo de la bondad y la inocencia de esta gente. Seguramente la gasolina del piki-piki valdría más que el boli y aun así vino a devolvérmelo.

Crucé la Main Road y dejé que mis pies me guiasen. Nunca había llegado a Same town sin un sitio específico donde ir. Hoy sólo quería pasear y eso hice. 


Me paré en Mama Helena, una tiendecita de telas. A mama Helena ya la conocía, no era la primera vez que pasaba a su tienda así que al verme se acercó, nos saludamos pero después siguió hablándome en suajili y algo que no sabría cómo explicar sucedió. En otras ocasiones Ana y Miguel, que están aprendiendo suajili en serio se encargaban de las conversaciones posteriores a los saludos y yo me limitaba a escuchar. Por así decirlo, nunca había tenido una conversación de tú a tú en suajili que durara más de dos frases pero en esta ocasión estuve hablando con mama Helena más de un cuarto de hora. Le dije que era mi último día en Tanzania, que me habría gustado quedarme más tiempo y, de repente, al decir eso la mama pasó dentro de la tienda, salió con una pulsera, se arrodilló y me la puso en el tobillo. Al incorporarse me dijo “Karibu Tanzania” que es como decir “vuelve a Tanzania” y me quedé de piedra.

Volví a Majengo con un cúmulo de sensaciones y sentimientos muy difíciles de explicar. Había sido tan mágica mi caminata, era como si el destino hubiera preparado una despedida de Same.  


Y a las 13:30 Nondo vino a recogerme. Había llegado la hora de partir. Me despedí de Alfonso, de Ana, de Miguel y de Leticia que acababa de llegar. Me despedí de la casa de ONGAWA. Me despedí de Same y partimos hacia el aeropuerto de Kilimanjaro por el mismo camino que hacía 38 días habíamos llegado.


Cuánto puede cambiar la visión de las cosas en tan poco tiempo – Pensaba  mientras me comía un chapati y miraba las montañas.

Echaré de menos las montañas – Le dije a Nondo y me miró con cara de pena.    
Yo hago de taxista para todos los voluntarios de Same y es curioso ver la actitud antes y después de pasar su estancia  – Me dijo.

A las 16:30 llegué al aeropuerto y hora y media después despegó mi avión. Por la ventanilla me despedí de Tanzania y de mis huellas en terreno. Ahora tenía una nueva misión: llegar a Barajas. Me encontraba sumida en mis pensamientos cuando la azafata etíope me preguntó qué quería de beber terminando con mi empane y mi compañero de viaje se empezó a reír. Idrissi, un keniata musulmán estudiante de ingeniería petrolífera que volaba para continuar con sus estudios. Si algún día voy a Madrid en busca de petróleo te llamaré. Estefanía asiento 31B – Y riendo cada uno siguió con su camino en el aeropuerto de Addis Abeba, él para Sudán yo para Madrid.

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