No teníamos pensado quedarnos anoche en Moshi
pero es lo que ya dije en una entrada. Conducir de noche por las carreteras del
noreste de Tanzania es una locura y habiendo terminado del safari a las 7 (de
la noche) no quedaba otra opción que buscar alojamiento, intentar descansar (a
lo largo o ancho de la cama, lo que más cómodo nos resultase) y pegarnos el madrugón
del siglo para volver a tiempo al lunes de oficina. ¡Claro que sí! ¡A empezar
el lunes con fuerza! Despertador puesto a las 5:40 de la mañana para desayunar
y con suerte coger el bus de las 7:00.
Bueno pues la suerte se ve que se quedó
durmiendo por nosotros… Porque el bus de las 7:00 acabó saliendo de la estación
de Moshi a las 7:50. Cincuenta (lo pongo con letra que suena más dramático)
preciados minutos de sueño desperdiciados esperando la salida del autobús.
Viendo pasar gente y deseando que esta gente decidiera comprar el mismo billete
que nosotros para poder llenar pronto y partir.
De todas formas, y por mucho que me queje,
esos cincuenta minutos dieron para mucho. Dieron para ver lo que se cuece en
una estación de autobuses y hasta para reflexionar sobre ello.
Una estación de autobuses tanzana es un
hervidero de gente. No hace falta viajar con la compra hecha. En la estación
puedes hacerla y es que puedes encontrarte de todo. Y cuando digo todo es todo,
hasta pasta de dientes.
Diría que hay tres modelos de vendedor de
estación de autobuses (y me refiero siempre a estación de autobuses porque el
transporte de viajeros por vía férrea en Tanzania brilla por su ausencia): los
que llevan en la cabeza el puesto, que generalmente son bebidas y cosas para
comer; los que llevan el puesto en una tabla con enganches, que son como los
que se recorren las playas de punta a punta y venden gafas, pañuelos, y resto
de complementos; y luego están los más imprevisibles, que son los que se cuelan
dentro del autobús antes de salir en marcha. Estos pueden vender cualquier
cosa: pan de molde, comida precocinada, perfumes, medicinas, zapatos…
Y luego hay otro vendedor que además de vender
regala besos a las wazungu y alegra las mañanas a aquellas pobres ingenuas que
madrugan para nada. Porque en Tanzania, la previsión se escapa de las manos de
cualquiera. Hay que dejarse llevar y seguro que si no es por una cosa es por
otra acabarás el día con una sonrisa.
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